Caí cual pájaro ignaro de su propia naturaleza, la ciénaga de un territorio cansado, quise vivir, es decir esconderme en la primera sombra.
Una madriguera lejos del sol, la luz vehicula sobre todo órdenes, huir es el mandato innegociable que rige mis tripas.
Mientras excavaba túneles en la tierra de la falacia he sido secuestrado por el cuento de un clan hostil.
El tiempo debe ser lo mismo para todos, parece ser que si cuadriculamos el sin sentido sufrimos menos, risible pretensión.
Seguimos, seguimos floreciendo en el fango del resentimiento de una civilización que se acongojó de su propio vértigo.
Entendimos la naturaleza del horizonte cuando nos abalanzamos como lobos hambrientos sobre las promesas y los espejismos de lo lejano.
¡Los sueños se realizan!, ¡Y nosotros soñamos! Huimos, famélicos, devorando nuestra propia materia.
Al horizonte no se llega, un destino intocable es una maldición, en la resaca del cansancio de esta carrera interminable,
nos dimos de bruces con el horizonte que se abrió tras nuestro arrojo.
El pasado se abrió en canal y nuestras tripas se descolgaron, flotamos desde entonces en un mar de promesas imposibles.
Una esperanza inconcebible colapsa el alma, somos bocas sin fe en el alimento,
somos pies sin camino, con caminares que se reducen a trayectos de ida y vuelta.
¿Cómo salir de un lugar inasible?, ¿Cómo nacer de una noche eterna? La pregunta es un antídoto a las respuestas.
Texto de Jonathan Martineau